Los costos humanos y ambientales de la minería, fueron analizados en un taller internacional durante el Foro Social Mundial (FSM 2018 -Brasil-), realizado en Salvador de Bahía del 13 al 17 de marzo. También se compartieron experiencias de alternativas y resistencias, surgidas desde las comunidades afectadas por la minería.
María Julia Gomes, dirigente del Movimiento de Afectados por la Minería (MAM), inició el taller preguntando al auditorio si alguien sabía lo que es un “mineroducto”. Nadie levantó la mano, sólo se escucharon susurros referidos al transporte de minerales desde las minas. Efectivamente, dije María Julia, “se trata de enormes tubos que recorren cientos o miles de kilómetros transportando minerales con la fuerza del agua. Así es, usando el agua de las comunidades. Esos ‘mineroductos’ consumen el agua de las comunidades para poder movilizar los minerales”.
“Recientemente el martes 13 de marzo un mineroducto de la empresa Anglo American se rompió en el estado de Minas Gerais. Estalló, en Santo Antônio do Grama, una comunidad que está ubicada a 320 kilómetros de la mina, en un lugar donde no hay actividad minera, pero que ahora sufre las consecuencias de la minería. Ese mineroducto tiene más de 525 kilómetros, pasa por 32 municipios, y a lo largo de todo el camino, la tierra tiembla cuando pasan los minerales y el agua. Ahora esos municipios viven no solo con el horror de los temblores permanentes sino también con el miedo de las rupturas o explosión de esos tubos gigantes con material contaminante y altamente tóxico”.
Para la activista social María Julia, Este nuevo crimen contra la naturaleza y los derechos humanos, ha dejado sin agua a las comunidades cercanas y contaminado el lecho de dos ríos de la localidad. “¿Qué poder de corrupción tienen estas empresas para lograr todas la licencias y permisos legales que les permite actuar despojando territorios, contaminando el ambiente, trayendo violencia y alterando la vida de las comunidades agrícolas?”, pregunta la expositora.
Según los datos que constan en la licencia otorgada a la Anglo American en Minas Rio, las operaciones de la mina, incluyendo el mineroducto, usan 5,023 metros cúbicos de agua por hora. Esta actividad afecta las capas de agua subterránea (la capa freática), destruyendo las áreas de recarga de acuíferos en la región. En la actualidad, son seis las comunidades que han denunciado la falta de agua debido a la desaparición de las nacientes naturales de agua.
El taller que compartió experiencias de América Latina y de África sobre los “Costos Humanos y Ambientales de la minería, Alternativas y Resistencias”, fue organizado por la Red iglesias y minería, el Movimiento por la soberanía popular en la minería (MAM), la Articulación internacional de afectados por la Vale, el Comité Nacional en Defensa de los territorios frente a la minería, Diálogo de los pueblos, FIDH, CIDSE, CESE, Comboniani Network, entre otras organizaciones.
Otros casos presentados en el taller, durante el FSM 2018, mostraron también algunas conquistas en las luchas por el ejercicio de los derechos comunitarios. Entre ellos, el caso de Piquiá de Baixo, que luego de más de dos décadas de lucha ha logrado que el estado y la empresa metalúrgica los reconozcan como víctimas y se comprometan a cubrir los costos de su reubicación en una zona libre de contaminación, como una forma de mitigar los daños causados.
“No somo locos, ni histéricos, ni terroristas. Simplemente este modelo de minería que tienen nuestros países no nos interesa. No trae desarrollo ni para las comunidades, ni para el país, solo desarrollo los bolsillos de los empresarios y de los políticos corruptos” indicó Luciane, de la comunidad de Caiteté. Comunidad que enfrenta serios problemas con las minas de Uranio en la región. “Diversos organismos internacionales han analizado el agua que consumimos y han indicado que no es apta para el consumo humano”.
“En Caiteté, la iglesia católica nos ayudó a crear La iglesia católica nos ayudó a crear un movimiento para defender nuestros derechos. Y también los derechos de los trabajadores de esas minas, ellos tienen problemas de salud, derechos laborales, falta de adecuadas condiciones de trabajo… Es triste afirma, “cuando llueve, el mineral uranio es lavado y se esparce por la comunidad. La empresa controla y promueve sus propios medios de comunicación. Tienen su política para mostrar la cosa bonita. Han puesto un museo en la localidad para mostrar y educar sobre el uranio. Mientras tanto nosotros seguimos en la lucha y esperamos la solidaridad de todo Brasil y del mundo”.