Mi nombre es Marina, yo soy de Brumadinho, vivo en Brumadinho. Soy trabajadora social, acompaño a las comunidades. Desde niña yo siempre dibujaba trenes, yo celebraba la sirena del tren: “¡mamita mira, el tren está llegando!”. Yo crecí mirando los huecos en las sierras y montañas. Miraba esos huecos, con mucha naturalidad, “mira es la minería”. Adonde yo iba, a otros lugares y otros países, siempre me presentaba con mucho orgullo: ‘Mi nombre es Marina, soy de Brumadinho, una ciudad de minería’. Yo nunca problematicé el hecho de que el tren siempre llegaba vacío a mi ciudad y salía siempre lleno, sin traer nada… sin traer nunca nada.
Así, con voz entrecortada, habló Marina Oliveira, pobladora de Brumadinho, y articuladora social de la Arquidiócesis de Belo Horizonte, que acompaña la vida y las luchas de las comunidades. Ella, que creía en la minería y soñaba algún día con trabajar para la empresa Vale, es ahora una de las más fervientes defensoras de las comunidades afectadas por la minería. Su mensaje remeció corazones y conciencias entre los participantes al seminario “Minería y cuidado de la Casa Común” en el que participaba Monseñor Andre-Marie Duffé, representante del Papa Francisco, desde su cargo como Secretario del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral en el Vaticano.
El día 24 de enero del 2019, me gradué en Relaciones Internacionales, en la Universidad Católica, y mi sueño era trabajar en la empresa Vale. ‘Quién sabe, yo podría ser de relaciones internacionales de la Vale’. Pero el día siguiente, el 25 de enero, yo vi a la Vale matar gente, matar peces, matar río… Y ahí, en ese momento, yo comencé a problematizar, los daños y los impactos de una minería irresponsable, que coloca el lucro por encima de la vida.
Marina Oliveira, saludó la presencia y el apoyo a las víctimas del crimen socio-ambiental en Brumadinho, de los obispos de Belo Horizonte, del Presidente de la Conferencia Nacional de Obispos (CNBB), de Frei Rodrigo Peret (Red Iglesias y Minería), del representante del Papa Francisco monseñor Bruno-Marie Duffé, de funcionarios públicos, y de todos los presentes. Pero, hizo un destaque:
Saludo a todas las personas afectadas por el crimen de la Vale en Brumadinho, que, a pesar de tanto dolor, colocaron ese dolor en el bolsillo y vinieron hasta aquí a gritar por Brumadinho, gritar por Mariana, Gritar por Barão de Cocais, Gritar por la Serra da Piedade, por todas las otras ciudades que corren el mismo riesgo que nosotros.
Junto a las familias afectadas de Brumadinho -habían llegado también al auditorio de la Universidad Católica de Minas, donde se realizó el mencionado seminario, el día 17 de mayo- representantes de los indios Pataxos, de las comunidades Quilombolas, de las pastorales sociales e inclusive autoridades públicas, religiosas y religiosos. A todas ellas llegaron las palabras y el dolor de Marina.
Son muchos dolores diferentes. Son dolores diversos, así como nuestras comunidades, los dolores que tenemos en Brumadinho. Al centro de Brumadinho, por ejemplo, el barro no llegó físicamente, a pesar de haber llegado por el río. Pero, el barro llegó a nuestros corazones, llegó a nuestras cabezas. Tenemos una ciudad llena de barro. Yo, algunas veces, no me siento bien cuando voy a la entrada, porque allí me encuentro con Arturo. Y Arturo perdió a su hermano. Cuando yo voy a la barbería me encuentro con Soninha y Soniha perdió a su hermano. La profesora Andressa perdió a Bruno, su único hijo y Jossie perdió a su hermana que estaba embarazada de cinco meses. Marina llora… A mi me gusta citar los nombres, porque son 270 víctimas. Y, a veces parece estadística, pero no, son historias. ¿Quién nos va a devolver esas vidas?, ¿quién las regresará a la vida? ¿Cuál es el precio? A ellos les gusta poner precio a todo. Yo, quiero saber ¿cuál es el precio?
Nosotros tenemos el Corrego de Feijão, el lugar donde de hecho la represa de desechos tóxicos se rompió. EL local, donde el barro pasó, era un local donde teníamos vegetación, fauna, flora. Pero, además de eso que fue perdido, esta comunidad perdió también la tranquilidad. Ella, perdió lo cotidiano, su día a día. Ella perdió su modo de vida. Y ese modo de vida comenzó a ser habitado por policías, bomberos, voluntarios y, peor, por cuervos. cuervos que sobrevolaban todo el tiempo. Un día de esos, yo fui a Corrego de Feijão, y una señora me preguntó así: escucha, mi hija, yo sé que no puedo beber agua del pozo, porque el agua está contaminada. Por eso yo tomo y cocino con agua mineral. Pero, yo no tengo agua mineral para darle a mi vaca y le doy agua del pozo. Sólo que yo estoy tomando la leche de mi vaca. ¿Estará bien, o habrá algún problema?
Yo quiero saber quién va a responder esa pregunta de esa señora. Porque yo no sé… Lo que yo sé es que, en Mariana, hasta ahora, hay personas que no saben si pueden beber agua, si pueden plantar, si pueden comer. Esa señora, no perdió a nadie de su familia, pero perdió la seguridad de las informaciones. Ella no sabe si puede beber la leche de su vaca. El daño de la incertidumbre.
Yo quiero saber también, quien va a responder a las criaturas, a los niños que jugaban pelota con los pies descalzos en la calle. Si ellos puedes continuar jugando descalzos. Por que los camiones van por el barro contaminado y luego circulan por las calles todos los días. Y la gente sabe que es barro tóxico y entonces, ¿los niños pueden jugar bola con los pies descalzos?
En el Parque da Cachoeira, otra comunidad donde el barro tóxico llego físicamente y enterró a más de veinte casas, también hay daños que no son materiales. Todas la fotos, memorias e historias de esas familias que hoy lloran a sus seres queridos, se perdieron. Una de esas familias me dijo: Marina, si pudiese tener al menos una foto de mi hija cuando ella era pequeña…
Parque da Cachoeira, era una comunidad con agricultura. Uno de estos días, doña Elsa me llamó por teléfono y me dijo: Marina, yo estoy tan avergonzada de pedirte esto. Pero necesito una canasta básica de alimentos. Tengo tanta vergüenza de pedir esto, porque antes yo conseguía pagar todos mis gastos, pero ahora mi huerta está bajo el barro. Doña Elsa, además de haber perdido toda su agricultura, era también la dignidad. Yo sentía tanto dolor, porque ella tenía vergüenza, de pedir algo que es un derecho de ella. ¿Cuál es el precio de la dignidad? Yo quisiera saber.
Los indígenas Pataxos, el primer día del rompimiento del depósito de desechos, en que el río les trajo los peces muertos, ellos comenzaron a enterrarlos uno por uno. Sí, los enterraban uno por uno. Algunos Pataxos, desesperados querían arrojarse al río. El cacique tenía que sentarse con ellos, para explicarles lo que estaba sucediendo. Y, después cada vez que llovía algunos preguntaban, ¿será que esa lluvia ya lavó el río? ¿Ya se curó el río? Cada vez que voy allá, los pequeños me preguntan, ¿Tía, ya nos podemos bañar en el río? ¿Cuándo es que vamos a poder nadar?
Varias comunidades quilombolas de la región, quedaron aisladas. Sus caminos y carreteras desaparecieron. Ahora tienen que improvisar otros trayectos y ya tuvieron accidentes. Perdieron la libertad de ir y venir ¿Cuánto cuesta la libertad?
Son muchos los daños, que las empresas y las autoridades no quieren ver. Y que muchas veces son irreparables, causados por empresas que sólo tienen como fine el lucro y donde la vida de la gente y de las comunidades, simplemente no vale nada. Son empresas entrenadas para producir este tipo de accidentes y de crímenes, ellas tienen hasta protocolos para este tipo de desgracias. Si perdió un familiar, entonces haga esto. Si se quedó sin casa siga este procedimiento, si su terreno agrícola fue destruido, entonces, los pasos son los siguientes. Esto entonces, no es un accidente, ni mucho menos una casualidad, es algo propio del sistema, de la forma de hacer minería en nuestros países.
Ante estos gritos de dolor, pero también de esperanza, Monseñor Bruno-Marie Duffé, Secretario del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, quien llegaba para visitar a las víctimas y afectados de Brumadinho, manifestó la solidaridad del Papa Francisco y toda la Iglesia: “Vamos a hacer un momento de silencio para encontrarnos de nuevo con las personas que murieron y para encontrar también a las personas que continúan combatiendo por la vida… Un silencio que nos permita reflexionar y nos de fuerza para seguir luchando por la vida. Cómo dice el Papa Francisco los gritos de la madre tierra y los gritos de los pobres son un mismo grito que clama por justicia”.