El Pacto de las Catacumbas por la Casa Común, en el que se asume el compromiso de trabajar por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana, fue firmado este 20 de octubre de 2019 en las Catacumbas de Santa Domitila en Roma. En la firma de este compromiso estuvieron presentes unos 40 obispos, acompañados por otros padres sinodales, auditores, auditoras, peritos y peritas, así como algunos de los participantes del espacio «Amazonía: Casa Común»
Convocados por los gritos de la Amazonía, ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista, se comprometieron a continuar su labor en territorios e inspirados en los mártires miembros de las comunidades eclesiales de base, de las pastorales y movimientos populares, líderes indígenas, misioneras y misioneros, laicos, sacerdotes y obispos, que derramaron su sangre por defender la vida y luchar por la salvaguardia de nuestra Casa Común, los firmantes se comprometieron a seguir su misión en territorios amazónicos “por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana”.
El Pacto fue precedido de una celebración eucarística presidida por el Cardenal Claudio Hummes, quien vistió la estola de Dom Helder Cámara, y fue concelebrada por los padres sinodales, entre ellos Monseñor Pedro Barreto y Dom Erwin Kautler. Arropados por el recuerdo de gratitud a los obispos que, en las Catacumbas de Santa Domitila, al final del Concilio Vaticano II, firmaron el Pacto por una Iglesia servidora y pobre.
Esta vez, el Pacto por la Casa Común, “Renovar en nuestras iglesias la opción preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios, y junto con ellos garantizar el derecho a ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia. Ayudarlos a preservar sus tierras, culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades. Crecer en la conciencia de que deben ser respetados local y globalmente y, en consecuencia, alentar, por todos los medios a nuestro alcance, a ser acogidos en pie de igualdad en el concierto mundial de otros pueblos y culturas.”
Pacto de las Catacumbas por la Casa Común
Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana
Nosotros, los participantes del Sínodo Pan-Amazónico, compartimos la alegría de vivir entre numerosos pueblos indígenas, quilombolas, ribereños, migrantes, comunidades en la periferia de las ciudades de este inmenso territorio del Planeta. Con ellos hemos experimentado la fuerza del Evangelio que actúa en los pequeños. El encuentro con estos pueblos nos desafía y nos invita a una vida más simple de compartir y gratuidad. Influidos por la escucha de sus gritos y lágrimas, acogemos de corazón las palabras del Papa Francisco:
“Muchos hermanos y hermanas en la Amazonía cargan cruces pesadas y esperan el consuelo liberador del Evangelio, la caricia amorosa de la Iglesia. Por ellos, con ellos, caminemos juntos”.
Recordamos con gratitud a los obispos que, en las Catacumbas de Santa Domitila, al final del Concilio Vaticano II, firmaron el Pacto por una Iglesia servidora y pobre. Recordamos con reverencia a todos los mártires miembros de las comunidades eclesiales de base, de las pastorales y movimientos populares; líderes indígenas, misioneras y misioneros, laicos, sacerdotes y obispos, que derramaron su sangre debido a esta opción por los pobres, por defender la vida y luchar por la salvaguardia de nuestra Casa Común. Al agradecimiento por su heroísmo, unimos nuestra decisión de continuar su lucha con firmeza y valentía. Es un sentimiento de urgencia que se impone ante las agresiones que hoy devastan el territorio amazónico, amenazado por la violencia de un sistema económico depredador y consumista.
Ante la Santísima Trinidad, nuestras Iglesias particulares, las Iglesias de América Latina y el Caribe y de aquellas que son solidarias en África, Asia, Oceanía, Europa y el norte del continente americano, a los pies de los apóstoles Pedro y Pablo y de la multitud de mártires de Roma, América Latina y especialmente de nuestra Amazonía, en profunda comunión con el sucesor de Pedro, invocamos al Espíritu Santo y nos comprometemos personal y comunitariamente a lo siguiente:
- Asumir, ante la extrema amenaza del calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales, un compromiso de defender en nuestros territorios y con nuestras actitudes la selva amazónica en pie. De ella provienen las dádivas del agua para gran parte del territorio sudamericano, la contribución al ciclo del carbono y la regulación del clima global, una incalculable biodiversidad y una rica socio diversidad para la humanidad y la Tierra entera.
- Reconocer que no somos dueños de la madre tierra, sino sus hijos e hijas, formados del polvo de la tierra (Gen 2, 7-8), huéspedes y peregrinos (1 Ped 1, 17b y 1 Ped 2, 11), llamados a ser sus celosos cuidadores y cuidadores (Gen 1, 26). Por tanto, nos comprometemos a una ecología integral, en la cual todo está interconectado, el género humano y toda la creación porque todos los seres son hijas e hijos de la tierra y sobre ellos flota el Espíritu de Dios (Génesis 1: 2).
- Acoger y renovar cada día la alianza de Dios con todo lo creado: «Por mi parte, estableceré mi alianza contigo y tu descendencia, con todos los seres vivos que están contigo, aves, animales domésticos y salvajes, en resumen, con todas las bestias de la tierra que salieron del arca contigo” (Gen 9: 9-10; Gen 9: 12-17).
- Renovar en nuestras iglesias la opción preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios, y junto con ellos garantizar el derecho a ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia. Ayudarlos a preservar sus tierras, culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades. Crecer en la conciencia de que deben ser respetados local y globalmente y, en consecuencia, alentar, por todos los medios a nuestro alcance, a ser acogidos en pie de igualdad en el concierto mundial de otros pueblos y culturas.
- Abandonar, como resultado, en nuestras parroquias, diócesis y grupos toda clase de mentalidad y postura colonialistas, acogiendo y valorando la diversidad cultural, étnica y lingüística en un diálogo respetuoso con todas las tradiciones espirituales.
- Denunciar todas las formas de violencia y agresión contra la autonomía y los derechos de los pueblos indígenas, su identidad, sus territorios y sus formas de vida.
- Anunciar la novedad liberadora del evangelio de Jesucristo, en la acogida al otro demás y al diferente, como sucedió con Pedro en la casa de Cornelio: “Usted bien sabe que está prohibido que un judío se relacione con un extranjero o que entre en su casa. Ahora, Dios me ha mostrado que no se debe decir que ningún hombre es profano o impuro” (Hechos 10, 28).
- Caminar ecuménicamente con otras comunidades cristianas en el anuncio inculturado y liberador del evangelio, y con otras religiones y personas de buena voluntad, en solidaridad con los pueblos originarios, los pobres y los pequeños, en defensa de sus derechos y en la preservación de la Casa. Común
- Establecer en nuestras iglesias particulares una forma de vida sinodal, donde los representantes de los pueblos originários, misioneros, laicos, en razón de su bautismo y en comunión con sus pastores, tengan voz y voto en las asambleas diocesanas, en los consejos pastorales y parroquiales, en resumen, en todo lo que les cabe en el gobierno de las comunidades.
- Comprometernos en el reconocimiento urgente de los ministerios eclesiales ya existentes en las comunidades, llevados a cabo por agentes pastorales, catequistas indígenas, ministras y ministros de la Palabra, valorando especialmente su atención a los más vulnerables y excluidos.
- Hacer efectivo en las comunidades que nos han confiado el paso de una pastoral de visita a una pastoral de presencia, asegurando que el derecho a la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía se haga efectivo en todas las comunidades.
- Reconocer los servicios y la real diaconía de la gran cantidad de mujeres que dirigen comunidades en la Amazonía hoy y buscar consolidarlas con un ministerio apropiado de mujeres líderes de comunidad.
- Buscar nuevos caminos de acción pastoral en las ciudades donde actuamos, con el protagonismo de laicos y jóvenes, con atención a sus periferias y migrantes, trabajadores y desempleados, los estudiantes, educadores, investigadores y al mundo de la cultura y de la comunicación.
- Asumir frente a la avalancha del consumismo con un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario con aquellos que tienen poco o nada; reducir la producción de residuos y el uso de plásticos, favorecer la producción y comercialización de productos agroecológicos y utilizar el transporte público siempre que sea posible.
- Ponernos al lado de los que son perseguidos por el servicio profético de denuncia y reparación de injusticias, de defensa de la tierra y de los derechos de los pequeños, de acogida y apoyo a los migrantes y refugiados. Cultivar amistades verdaderas con los pobres, visitar a los más simples y enfermos, ejerciendo el ministerio de la escucha, del consuelo y del apoyo que traen aliento y renuevan la esperanza.
Conscientes de nuestras debilidades, nuestra pobreza y pequeñez frente a desafíos tan grandes y graves, nos encomendamos a la oración de la Iglesia. Que nuestras comunidades eclesiales, sobre todo, nos ayuden con su intercesión, afecto en el Señor y, cuando sea necesario, con la caridad de la corrección fraterna.
Acogemos de corazón abierto la invitación del cardenal Hummes a ser guiados por el Espíritu Santo en estos días del Sínodo y en nuestro regreso a nuestras iglesias:
“Déjense envolver en el manto de la Madre de Dios y Reina de la Amazonía. No dejemos que nos venza la auto-referencialidad, sino la misericordia ante el grito de los pobres y de la tierra. Se requerirá mucha oración, meditación y discernimiento, así como una práctica concreta de comunión eclesial y espíritu sinodal. Este sínodo es como una mesa que Dios ha preparado para sus pobres y nos pide nosotros que seamos los que sirven la mesa».
Celebramos esta Eucaristía del Pacto como «un acto de amor cósmico». “¡Sí, cósmico! Porque incluso cuando se lleva a cabo en el pequeño altar de una iglesia de aldea, la Eucaristía siempre se celebra, en cierto modo, en el altar del mundo». La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra toda la creación. El mundo salido de las manos de Dios regresa a Él en feliz y plena adoración: en el Pan Eucarístico «la creación tiende a la divinización, a las santas nupcias, a la unificación con el mismo Creador». «Por esta razón, la Eucaristía es también fuente de luz y motivación para nuestras preocupaciones por el medio ambiente, y nos lleva a ser guardianes de toda la creación».
Catacumbas de Santa Domitila, Roma, 20 de octubre de 2019