Primero, quisiera resaltar que vivimos una experiencia tan fuerte del espíritu durante la asamblea sinodal en Roma que provocó un retorno de los obispos, de los padres sinodales, de las mujeres y de los pueblos originarios a los territorios, con mucho entusiasmo y con mucha esperanza. Una vuelta a los territorios con entusiasmo de quien hizo la experiencia del espíritu. Me parece recordar ahora mismo, uno de esos pasajes del Evangelio, cuando dice, que los discípulos volvieron orando y agradeciendo a Dios.
En los territorios, se comenzó a recuperar dos dimensiones importantes, que fueron de escucha y de actitud sinodal. Tanto es así que se retomaron, después de la asamblea sinodal, las asambleas, locales para pensar y reconstruir un planeamiento de la Iglesia a partir de las luces del documento final, esperando naturalmente la Exhortación Apostólica.
Pero, sentimos también, que las resistencias están fuertes en Brasil. Por ejemplo, después del sínodo ha crecido el deseo de apropiarse de la Amazonía. Hay un proyecto de ley para la minería y de agro negocio en tierras indígenas. También crece en el Brasil, la falta de respeto a las culturas indígenas. Los gobiernos y los políticos indican que uno de los principales deseos de los pueblos originarios, sería adecuarse e integrarse a la cultura occidental. Y eso va totalmente en contra del sínodo y provoca, inclusive, en los territorios aumentos de violencia y muerte de más líderes debido al conflicto entre estas dos visiones.
Una de las iniciativas inmediatas después del sínodo, ha sido, el emprendimiento de una campaña “La vida por un hijo”, una campaña de autoprotección de personas y comunidades amenazadas que será lanzada el 13 de marzo, prácticamente a un mes de la exhortación apostólica. Las resistencias no son sólo externas, también internas en la Iglesia.
En este contexto, qué peligros vemos. Primero, un peligro de aislamiento de las diócesis, como una tentación de volver a la rutina de trabajo en el territorio “del día a día”, debilitando así la relación de redes entre diócesis, en esta dimensión amazónica y panamazónica, que es la gran riqueza del sínodo. También, vemos un peligro de boicot silencioso después del sínodo.
Por otro lado, percibimos mucho interés de los laicos y laicas. Una buena parte de la iglesia amazonizada durante todo el proceso sinodal y tenemos mucha esperanza en el papel de las mujeres, de los indígenas y de los pueblos originarios.
Una señal muy bonita, fue el “Pacto de la Catatumbas por la casa común” -firmado en Roma el 21 de octubre de 2019- que ha sido replicado en diversas partes del mundo y ahora también en Brasil y América Latina. Grupos de diversas identidades, asumieron el mismo pacto o lo adaptaron a sus condiciones. También, los misioneros combonianos en el Brasil, acaban de comprometerse en tres sesiones seguidas de oración y de retiro este pacto, un compromiso personal y comunitario, que dice que el sínodo no va a morir.
El sínodo también se torna como evidencia, porque en el documento final, asume una fuerte denuncia contra el extractivismo predatorio, como un modelo arrasador y sin futuro.
En este contexto, de una urgencia, de lucha contra el crecimiento global, aún más grave, es necesaria después de las falencias en el Encuentro de las Partes Madrid, al final del 2019, se torna más urgente un posicionamiento fuerte contra un modelo extractivista predatorio que exactamente den la perspectiva de cambio en la de este modelo.
La desinversión en proyectos de muerte, una línea posible, que inclusive el documento final destacó y sobre el cual después del sínodo, la Red Iglesias y Minería y otros aliados volvieron a trabajar con intensidad. Acreditamos que ésta sea también una pista, un fruto del sínodo, que se está colocando sus raíces tanto en los territorios, en las comunidades en Latinoamérica como también en nuestras redes internacionales, particularmente en Europa y en el norte de América.
Por Pe. Dário Bossi, provincial Comboniano en Brasil, Red Iglesias y Minería