La persecución, el despojo y la explotación de la Tierra y de los seres humanos, sabemos, no son nuevas. Las entrañas de la tierra han estado amenazadas por proyectos políticos y económicos de dominación y muerte. La colonia significó, para nuestros territorios de vida, lugares de castigo, herida y genocidio.

Quedan las huellas de estas heridas en espacios latentes que han sido profanados y vejados. Queda en la memoria, en la historia de los pueblos que se sigue contando en medio de este dolor y esta angustia.  Porque parece que la historia no cambia, al contrario, que se repite con más fuerza y agresión.

En nuestros territorios de vida, de América Latina, África, Asia, el poder del capital, de un modelo que pone la ambición y la ganancia desproporcionada, injusta y desigual sobre la dignidad humana y la dignidad de la creación, ha llegado a instalarse como una respuesta a las grandes deudas de atención social, de derechos básicos, de empleo y oportunidades de desarrollo. Al trasfondo de todo eso están empresas transnacionales, capitales del Norte Global que tienen a los territorios del Sur Global como espacio de expansión y extracción, sobre los cuales no sienten, ni tienen, en muchos casos, ninguna responsabilidad.

En el Tiempo de la Creación de 2023, queremos acompañar en estos desafíos tantas personas, familias y mártires de la caminada, mártires colectivos e individuales, defensores y guardianes de la Madre Tierra que se enfrentan a poderes enormes, en una lucha de David, contra Goliat, para defender la vida.

La II Caravana por la Ecología Integral, Jóvenes: minería, defensa de la vida y justicia intergeneracional, que está recorriendo Europa, durante el Tiempo de la Creación 2023, está impulsando esta agenda, desde los gritos territoriales que dicen !Basta de despojo!

Las empresas y los territorios en las que operan

Hablamos de un modelo económico que se asienta en la extracción. Y que para sostenerse usa a los poderes políticos a su antojo, los poderes de los medios de comunicación y muchos otros que siguen sosteniendo su discurso de manera engañosa. Las empresas extractivistas  mineras, petroleras, madereras, de agronegocios, han sabido corromper a los estados nacionales, actúan de manera irresponsable, criminalmente, por la característica de desastres y daños que generan; y se marchan impunemente o en muchos de los casos, siguen extrayendo y operando bajo su misma ley del desastre. Casos hay miles: derrames tóxicos en fuentes de agua, piscinas de desechos desbordadas, emanaciones envenenadas, por mencionar algunas. Recordamos con el corazón adolorido crímenes como el de Mariana y Brumadinho, que sepultaron pueblos enteros en lodo tóxico, por culpa de la negligencia minera.

La gente vive en estas situaciones todos los días. Condenada a morir lentamente, con enfermedades extrañas, cáncer de útero en las mujeres, anemias crónicas en los niños. Y en un contexto de total abandono y desatención del estado, es decir con acceso a derechos humanos básicos casi nulo. Derechos de acceso a la tierra y al agua son negados, derechos colectivos y conquistas históricas olvidadas en función del capital.

Desde hace varios años, muchas organizaciones de fe, muchas organizaciones católicas en Europa y América Latina,  en conjunto con otros actores, vienen empujando en un contexto de incidencia política internacional una ley que permita regular a las empresas transnacionales, los daños, las negligencias, las irresponsabilidades que cometen en los territorios donde intervienen, con todas las leyes a su favor. Estas son las Leyes de Debida Diligencia, que permitirá que los estados en donde las empresas transnacionales tienen su sede jurídica las regule y les exija medidas adecuadas a estándares aceptables de comportamiento en materia de derechos humanos e impactos ambientales. Como es de esperarse, esto ha generado un amplio debate por todos los intereses que se tejen frente a estas medidas. Una ley de esta índole sería una respuesta concreta a las comunidades afectadas por la minería y el extractivismo, al menos una pequeña garantía y medida de reparación frente a tantas atrocidades. Este es un pedido, un clamor que ha venido de años de lucha organizada, lucha histórica de las comunidades, reclamando por justicia.

LA PARTICIPACIÓN DE LA IGLESIA

En este Tiempo de la Creación, también traemos al corazón a las distintas iglesias locales y más amplias en América Latina, que están tomando la responsabilidad del cuidado de la Casa Común, en el marco del sistema económico al que hay que hacerle frente: el modelo colonial y extractivista.

La red Iglesias y Minería es un testigo, lleno de esperanza de lo que se va a avanzando dentro de nuestras iglesias. La Iglesia de Panamá, a partir del ejemplo de El Salvador,  está interrogándose sobre cómo garantizar que también  Panamá sea un país libre de minería. Para ellos está preparándose frente a una embestida minera, aprendiendo desde lo técnico, pero sobre todo siendo un punto de encuentro y referencia desde la vida religiosa, la Conferencia de Obispos, la Cáritas y otras organizaciones en misión. En Ecuador, hemos asistido a uno de los momentos más determinantes sobre transición de matriz económica en América Latina, la reciente consulta popular, donde ganó el Yasuní, la decisión de dejar el petróleo bajo tierra en uno de los lugares más biodiversos del planeta, así como el decirle NO a la Minería, en el Chocó Andino son luces para todo la región y el mundo y estas acciones han sido empujadas con mucho compromiso desde la iglesia local. Son nombres que deben volverse símbolos e inspiración. Y así, en muchos otros lugares, y desde hace mucho tiempo, donde la iglesia asume con profetismo esta lucha que no es sólo ecológica, sino social, política, cultural y económica.

SANAR LAS HERIDAS CON JUSTICIA

La justicia tiene que ver con nombrar la injusticia. Reconocer el crimen y sancionarlo, reconocer el dolor para sanarlo. Nombrar las injusticias para cambiar estas realidades es un acto evangélico; dar visibilidad a las violaciones es ayudar a encontrar medidas de reparación y no repetición.  Callarlas, ignorarlas sería complicidad con los crímenes que acontecen de la mano del extractivismo minero. La historia de nuestros pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes nos recuerda que no hay opción posible de una minería responsable.

Las acciones que se empujan desde la red Iglesias y Minería y otras, para que lleguen a ejecutarse leyes como la Debida Diligencia significan señalar la injusticia, para cambiar realidades.

Que fluya la justicia como impetuosa agua! Que fluyan los sueños de las comunidades y los territorios que dicen NO a un proyecto de muerte que está persiguiéndolos. Que fluyan las propuestas de vida, que se tejen en medio de ambiciones de capital, ambiciones de muerte que ponen en riesgo la misma vida. Estamos seguros que fluye la esperanza, que emerge en medio de la angustia y el miedo. Fluye como una luz para seguir organizándose, para seguir creyendo que es posible, desde las pequeñas comunidades, su firmeza y su claridad, construir nuevas formas de justicia y de cuidado.