Iglesia y minería, semilla sembrada hace 10 años, hoy eres un árbol que acoge la biodiversidad, rostros y corazones.
Iglesia y minería, naces de la Amazonía, de Mesoamérica, y de cada río con sus espíritus.
Iglesia y minería, surgiste del soplo del Espíritu, ese mismo que estuvo en el origen de la creación.
Iglesia y minería, eres comunidad de discípulos y discípulas de Jesús, de aprendices y caminantes del reino.
Iglesia y minería, naciste de corazones sedientos de justicia ambiental y de vida abundante.
Iglesia y minería, surgiste de una complejidad de tejidos que hacen bellos y diversos telares de vida.
Iglesia y minería, encuentro de diferentes pueblos y culturas guardianes y defensoras de la creación.
Iglesia y minería, comunidad frágil, impulsada por el Espíritu que actúas con audacia y libertad creadora.
Iglesia y minería, eres propuesta y resistencia política, en tiempos de extractivismo global.
Iglesia y minería, mensajera de no violencia, de encuentros, aprendizajes diálogos y amistad política.
Iglesia y minería, eres hermano, hermana, madre, padre con todos los seres vivos de esta “hermana madre tierra”.
Iglesia y minería, portadora de sueños, bailes y cantos que liberan dando vida.
Iglesias y minería, memoria y presente de la espiritualidad martirial, mística popular.
Iglesia y minería, espiritualidad de pueblos ancestrales y de nuevas generaciones en un solo abrazo.
Iglesia y minería, espíritu rebelde, iglesia caminante, pueblo de Dios que clama por la justicia ambiental y la vida abundante.

René Arturo Flores, OFM