Las aguas, del gran río del sínodo, desembocaron en un océano. Hemos concluido tres semanas de intenso discernimiento. Yo siento que este sínodo ofrece una gran contribución al gran mar de la Iglesia Católica.

¿Qué significa eso?: con los colores y los sabores, la vida de la Amazonia. Así como el río Amazonas recoge las aguas de muchos afluentes, también este sínodo favoreció un encuentro de muchas experiencias, desde América Latina y las iglesias de otros continentes.

Exactamente como un río, este sínodo tuvo sus idas y venidas, sus aceleraciones y sus obstáculos, pero el espíritu de Dios lo condujo. Sentimos este espíritu presente y actuante, ¡vivo!, en el resultado fraterno y en el sentimiento de comunión con que el sínodo concluyó.
Clara y fuerte la percepción de la urgencia, del drama de la Amazonia y la emergencia socioambiental y climática. La Iglesia responde y responde con la escucha. No es una actitud pasiva, es una profecía del encuentro, del diálogo y de la alianza con los más pobres, que este modelo está condenando a la muerte.

Alianza es una palabra clave que resonaba mucho en el momento de las escuchas sinodales, cuando consultamos a millares de personas y centenas de comunidades en la Panamazonía. Ellos buscaban una iglesia que se hiciese presente, que esté siempre al lado de las víctimas. Y, el sínodo respondió a la altura y con decisión. Al lado de las comunidades, en defensa de sus derechos y territorios. La iglesia asume, aún con más conciencia y profundidad, el paradigma de la ecología integral.

Vivir la ecología integral en la Amazonia significa, tanto para la iglesia como para la sociedad, la política, los modelos económicos, significa reconocer la urgencia de la conversión. Por eso, el documento final contiene la conversión como el hilo conductor, porque es una iglesia que escucha y reconoce que aún le falta -a ella misma-, mucho por cambiar y aprender.

Mucho más que señalar el camino, la Iglesia quiere ser la primera en cambiar. Reconoce que debe abrirse más al diálogo intercultural e interreligioso. Asume un compromiso de conversión ecológica y tiene propuestas bien concretas: el coraje y la firmeza de aproximarse más a las víctimas y a las personas amenazadas.

También en ese espíritu de conversión, la iglesia abre espacios para nuevos ministerios. La creatividad del espíritu y la inspiración y el alimento constante de la eucaristía, que fue definida como un sacramento de amor cósmico, un encuentro de todas las criaturas en la celebración de la Pascua.

Es una iglesia que reconoce que tiene todavía una visión corta con respecto a las mujeres. Se trata entonces de una conversión urgente, necesaria. El papa Francisco nos urgió así en su discurso final, acogiendo el desafío de las mujeres: “queremos ser escuchadas”.

De esta manera el sínodo cierra lo que llamo segunda etapa, porque primero fue la etapa de la escucha en los territorios. Esta segunda etapa fue de discernimiento, de encuentro entre los pastores de América Latina y el resto del mundo. Pero, ahora llega la tercera etapa que será la devolución a las comunidades después del sínodo.

Es mucho trabajo lo que nos espera, pero nos anima la fuerza de la comunión eclesial que vivimos. Sentimos la presencia del espíritu santo que confía en los pasos de la iglesia y también el rigor de papa Francisco nos llamó la atención y finalmente la voz de las mujeres y de los pueblos indígenas que resonó con dignidad, con firmeza en las salas vaticanas y desató nuevos procesos irreversibles dentro de la iglesia.

El sínodo vuelve a comenzar esperando la exhortación apostólica del papa Francisco en este año y devolviendo a las comunidades intuiciones, postas de acción, oportunidades de colaboración. Cristo continúa apuntando a la Amazonia, volvemos para allá.

Desde Roma, Pe. Dário Bossi, Provincial de Misioneros Combonianos de Brasil, Red Iglesias y Minería.