Sangre de mártires semilla de cristianos”, dijo Tertuliano en el año 197, en esta frase, sintetizó la experiencia de de las y los primeros cristianos, una realidad que tiene varios rostros: el de las mujeres y hombres perseguidos por afirmar su fe y que  ni la muerte hizo retroceder; el de los perseguidores obsesionados por acabar con esa “nueva religión” y que no lo pudieron lograr a  pesar de su poder y de la violencia brutal ejercida; el de los testigos que veían en la forma de morir cristiana “algo” que los llevaba a preguntarse por ese “algo” que los movía para actuar sin violencia a pesar de la violencia recibida y a vivir con esperanza en medio de la persecución

En los primeros siglos del cristianismo, y hasta el edicto de Milán en el año 313, con el que terminó la persecución oficial a la naciente iglesia, Roma se “especializó” en el martirio. El imperio asesinó a miles de personas por despreciables, ateos, revolucionarios y practicantes de ritos extraños y la Iglesia tuvo miles de mártires que alimentaron la fe con la fidelidad al seguimiento de Jesús de Nazaret, quien fuera ejecutado por Roma en un rincón perdido de su imperio, en asocio con los líderes religiosos y políticos de su pueblo.

El cristianismo nació del martirio de Jesús de Nazaret, asesinado por los poderes religiosos, políticos, sociales e imperiales de su tiempo y de su resurrección, con la cual Dios mostró que el Reino o reinado anunciado y practicado por Jesús de Nazaret y sus seguidores era su voluntad. Roma se convirtió en el centro del mundo cristiano católico, porque en ella fueron asesinados los apóstoles Pedro y Pablo y para los primeros cristianos, el lugar donde caía asesinado un mártir, se convertía en lugar de culto, en lugar de “peregrinación porque era el “lugar del triunfo” ante la imposición del imperio. Esto explica por qué, a pesar todos los problemas políticos e imperiales que tuvo la Iglesias al convertirse en poder temporal, Roma ha sido el centro de referencia para el cristianismo, sin ponerse en cuestión de forma contundente. Las catacumbas son las credencial para el cristianismo y el testimonio de la fidelidad al Señor Jesús, lo confirman los diversos documentos encontradas en ellas.

Roma, la ciudad de los perseguidores y de los mártires de los primeros años del cristianismo, está experimentando el Sínodo de la Amazonía en las aulas del vaticano, en sus calles, iglesias y salas de conferencias; por medio de videos, documentales, conferencias, debates en medios de información, celebraciones religiosas e imágenes en diversos lugares. En la mayoría de los cuales ha aparecido de diversas maneras el martirio.

Durante el Sínodo, se ha tenido y se tendrá la conmemoración de los mártires de la Amazonía. En la Iglesia de la Transpontina, en vía de la Conciliación diariamente hay oraciones, memoriales, reconocimiento de su historia, testimonios de sus vidas y de sus luchas, de sus sueños y sufrimientos y de la decisión de dar la vida, que expresa la dimensión de su amor porque “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13). Desde allí, iluminan y acompañan las deliberaciones y las reflexiones del aula sinodal, a quienes trabajan y hacen posible el Sínodo, a quienes lo están viviendo en las iglesias particulares, a quienes alimentan la fe y la espiritualidad en las comunidades de toda la Amazonía, de América Latina y del mundo. Las celebraciones diarias de los mártires en el centro de Roma, al lado del Vaticano, son la luz que ilumina el camino cristiano y en la medida que se hace más grande y fuerte la oscuridad, más brilla la luz.

El sábado 19 de octubre en la mañana, se celebró el viacrucis de la Amazonia, comenzó en el  castillo de “Sant’Angelo” y terminó en la plaza de San Pedro, después de recorrer la Vía de la Conciliación. En cada estación se hizo memoria de un mártir o una mártir, de la vida que vivieron y  las circunstancias de su muerte, se oró, se cantó y luego se caminó lenta y reflexivamente.

Por la vía de la Conciliación los mártires hablaron, caminaron, dieron testimonio y motivaron al seguimiento de Jesús: la hermana Cleusa, asesinada en abril del 1985, recordó que la «La justicia debe ser la base de cualquier convivencia humana»;  el líder Marçal de Souza o Marçal Tupã-i, asesinado en noviembre de 19983, afirmó que era «una persona programada para morir, pero por una causa justa morimos»; el padre Josimo Moraes, asesinado en mayo de 1986, dijo que estaba “al servicio del Evangelio, lo que me ha llevado a comprometerme en esta lucha hasta las últimas consecuencias»; el padre Vicente Cañas, asesinado en abril de 1987, reconoció que “Estos pueblos en su ‘diferencia’, son ejemplos vivos de ‘semillas’ del Reino de Dios para nuestra sociedad occidental”; la hermana Inés Arango, asesinado en julio de 1987, ante el riesgo del martirio dijo: “Si muero, me voy feliz”; el líder indígena Galdino Pataxó, asesinado en abril del 1997, asumió el riesgo de defender los derechos de sus comunidades; el padre Alcides Jiménez, asesinado en septiembre de 1998, entendió su ministerio como servicio y promoción de la comunidad; la hermana Dorothy, asesinada en febrero de 2005, frene a las amenazas afirmó que «No voy a escapar y no abandonaré la lucha de estos granjeros… Tienen el sagrado derecho a una vida mejor en una tierra donde pueden vivir y producir con dignidad y sin destruir»; monseñor Alejandro Labaka, asesinado en julio de 19987, tomó la decisión de ir sabiendo el riesgo que corría porque “Si no vamos nosotros, los matan a ellos”; monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado en marzo de 1980, dijo que “no puede ser voluntad de Dios que unos tengan todo y otros nada. La voluntad de Dios es que todos sus hijos vivan felices”; el padre Ezequiel Ramin, asesinado en julio de 1985, denunció que “Aquí la gente tenía tierra, pero fue vendida. Tenían casas pero fueron destruidas. Tenían hijos pero murieron. Habían abierto las carreteras pero fueron cerradas”; el padre Rodolfo Lunkenbein, asesinado en julio de 1976 junto al indígena Simao Moro, afirmó que “incluso hoy el misionero debe estar dispuesto a dar su vida». «No hay nada más hermoso que morir por el amor de Dios»; Chico Mendez, asesinado en diciembre de 1998, quien confesó que “al principio pensaba que estaba luchando para salvar a los árboles de caucho. Luego pensé que estaba luchando para salvar a la selva amazónica. Ahora me doy cuenta de que estoy luchando por la humanidad”. En estos mártires nombrados en el centro de Roma están los miles y miles de mártires anónimos de la Amazonía y de toda América Latina.

Los miles de mártires de la Amazonía que caminan por Roma, se están encontrando con los miles y miles de mártires romanos y los mártires de toda la historia. Los mártires y las mártires recuerdan siempre a cristianos y cristianas de todos los tiempos que lo fundamental es el seguimiento de Jesús de Nazaret, hasta dar la vida, por las razones y en la forma que ellos y ellas lo hicieron y que para ver y sentir las fuentes del cristianismo en Roma hay que ir a las catacumbas, hay que volver a ellas.

Alberto Franco, CSsR, J&P, Red Iglesias y Minería