«Yo era una madre, y cuando el lodo llegó, mi niño que estaba aquí agarrado de mi mano, de solo 4 años, fue enterrado… Nosotras las mujeres clamamos por justicia, no vamos a olvidar nunca: la minería mata». Es la voz llena de coraje de la señora Bruna Monalisa, sobreviviente del crimen de Brumadinho, en Minas Gerais, Brasil (Crimen cometido por la empresa minera Vale). Doña Bruna espera que toda la iglesia de América Latina y del mundo la escuche, la comprenda y la acompañe en su exigencia de justicia.

«Nuestro grito es por la Madre tierra, esa realidad de crímenes ambientales y de homicidios colectivos nos hace recordar el evangelio según San Mateo en el capítulo 1, versículo 18: – Oíste un grito, llanto y gran lamento deja aquel que llora a sus hijos y no quiere ser consolado porque ellos no existen más». Reflexionan las organizaciones y comunidades de fe, que se han organizado para oír las voces de las comunidades víctimas del extractivismo en América Latina y llevar sus gritos de esperanza a la próxima Asamblea Eclesial. «Es nuestra opción y nuestro compromiso. Con los empobrecidos y empobrecidas del Continente que sufren y sueñan, saludamos a la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe con fraterna y sorora amorosidad».

La jornada de escucha fue realizada el 21 de agosto, gracias al trabajo colaborativo de destacadas instituciones, tales como Pax Christi International, Plataforma Internacional contra la Impunidad, Red Eclesial Panamazónica (REPAM), Confederación Latinoamericana de Religiosas y Religiosos (CLAR), Articulación Continental de Comunidades Eclesiales de Base (CBS), Red Iglesias y Minería, Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígena (AELAPI), AMERINDIA, SOMICLA, Red de Centros Sociales Jesuitas (CPAL), entre otros.

Compartimos estas reflexiones y gritos de esperanza, presentados en ese proceso de escucha, que nos ha permitido “sentir con las víctimas la realidad del extractivismo”. Que la Asamblea Eclesial, sepa oír estas y otras voces y se comprometa a acompañar las luchas y esperanzas de estas comunidades:

UN GRITO DE ESPERANZA EN LA ASAMBLEA ECLESIAL

Comunidades en re-existencia al extractivismo

Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. (1° Jn, 1,3)

Quienes hemos visto y oído, y lo queremos anunciar, hacemos parte de redes, organizaciones, plataformas, congregaciones diversas, confesionales y ecuménicas. Como tales, algunas de nosotras y nosotros nos reconocemos Pueblo de Dios, Iglesia en salida, en proceso sinodal.

El acontecimiento de la Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe nos ha reunido en una inquietud común en el proceso de escucha: “sentir con las víctimas la realidad del extractivismo”. Para ello, organizamos el encuentro virtual con el mismo título de este documento, con fecha 21 de agosto del corriente año. Del evento participaron 78 personas[1] y sus participaciones fueron sistematizadas en formato de foros temáticos, elevadas a la plataforma de la Asamblea Eclesial.[2]

Quienes compartimos esta inquietud venimos caminando junto a comunidades campesinas y periurbanas empobrecidas, de pueblos originarios, poblaciones ancestrales y afrodescendientes, en los diferentes territorios que conforman nuestro Continente. En este caminar, “los rostros sufrientes de Cristo que nos cuestionan e interpelan”[3], atestiguan el carácter martirial de sus vidas; dan cuenta de las causas profundas y estructurales que generan pobreza, inequidad, injusticia; revelan la perversidad de un sistema de muerte que tiene como dios al dinero, y como sacerdotes, a sectores poderosos de nuestras sociedades y estados. Al mismo tiempo, estos “rostros sufrientes”, víctimas martiriales de expolio, opresión, represión y muerte, son quienes tejen territorialidades; hacen posible la vida diversa; veneran la sacralidad de la Casa Común como Madre dadora de vida; practican un sistema de organización que puede ser salida cierta de la crisis planetaria que vivimos como Humanidad.

Qué denuncian: la pobreza y la opresión son causadas por el sistema hegemónico

Resulta inocultable que el sistema capitalista, colonial y patriarcal, desarrollado a partir del llamado “descubrimiento de América”, constituye la causa estructural de la injusticia instalada a nivel global. Ya en Puebla se reconocía la generación de “brechas” perversas entre “ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”[4]. Innumerables textos del magisterio de la Iglesia –basados en datos de la realidad- señalan esta verdad irrefutable. Y el Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, nos conmina: “tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata.” (N° 53)

Las víctimas llevan los estigmas –en sus cuerpos y en sus espíritus- de este sistema esclavista: a sangre y fuego duelen las heridas provocadas por las opresiones múltiples de despojo, sometimiento e inferiorización sexual y racial. Reconocen la continuidad histórica de una colonialidad imperial que ha tomado diversas formas y estrategias a lo largo de más de cinco siglos de explotar pueblos y territorios. Desde una cosmovisión biocéntrica, desenmascaran los discursos y las prácticas falaces de las últimas décadas de neoliberalismo:

Este modelo extractivista, es la continuidad de esta política de muerte que empezó con la colonización y ahora nos siguen expropiando.  Es la continuidad del racismo y clasismo que se usa para enriquecer a unos pocos frente a la destrucción de las mayorías. El extractivismo profundiza en nuestros países la crisis mundial planetaria, y quienes están viviendo las consecuencias son quienes históricamente han vivido las opresiones, exclusiones y violencias estructurales.

Nos rompen por dentro, rompen el tejido social, enfrentan comunidades, familias, lastiman las relaciones e hieren profundamente a la dinámica comunitaria. Con la bandera del progreso entran a nuestros territorios ofreciendo mentiras, hablando de un desarrollo que nunca llega y que solo enriquece al capital que nos somete y daña nuestros cuerpos y nuestros territorios. Con la bandera del progreso han socavado nuestros deseos, nuestro proyecto de presente y futuro y nuestra dignidad.

“Las venas abiertas de América Latina”[5] o la “Inequidad Planetaria” que señala el Papa Francisco[6]

El extractivismo no sólo devasta y aniquila los cuerpos y los territorios –los “cuerpos-territorios” según la cosmovisión ancestral-. Horada y degrada también los edificios institucionales de la modernidad: el Estado, los tribunales que administran el derecho, los parlamentos legislativos, las diversas administraciones ministeriales del poder ejecutivo en todos los niveles de gobierno, nacidos ya bajo la égida y la lógica colonial, responden de forma casi absoluta al imperio del capital transnacional.

A consecuencia de ello, las primitivas minas y plantaciones -que fueran la factoría esclavista de poblaciones indígenas y negras- hoy modernizadas con tecnología de última generación, se extienden por todo el Continente como verdaderos enclaves de propiedad absoluta de las empresas transnacionales. Son las dueñas que deciden la vida y la muerte. Y no hay declaración de derechos, ni principios constitucionales, ni convenios internacionales que detenga la represión contra quienes rechazan la “bandera del progreso”.

Nos duele que el extractivismo minero y otros megaproyectos sean considerados de interés nacional, ignorando, invisibilizando y relegando nuestros pedidos, nuestra lucha y nuestros derechos. 

No solo tenemos que luchar en contra de los megaproyectos y sus gravísimos impactos, sino que también tenemos que enfrentarnos a todo un sistema estatal en nuestros países, que, en lugar de protegernos, nos violenta.

Nos persiguen e intimidan, amedrentan y nos criminalizan, para que detengamos nuestra lucha. Coludidos con las estructuras de los estados que deberían garantizar nuestros derechos. No podemos acceder a la justicia, porque no podemos pagar por ella.

Las instituciones no funcionan, no sirven para los pobres, no sirve para quienes no podemos pagar ese acceso a la justicia

Donde manda el capital: siembra extractivismo y cosecha ganancias manchadas de sangre inocente

Las Comunidades afectadas por el extractivismo en América Latina –Territorio del Abya Yala- develan el rostro más cruel y denigrante de un sistema hegemónico que evidencia su inviabilidad y su falacia tecnocrática de ‘sostenibilidad’.

Junto a ellas, quienes nos pronunciamos en este documento, intentamos acompañar y comulgar con nuestras hermanas y hermanos que integran la Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe, en el trascendental desafío de discernir lo ‘maligno’, lo ‘satánico’ enmascarado en un discurso prometedor de bonanza y necesario progreso.

Aludimos a la publicidad pro-extractivista de los gobiernos y de las empresas. Ella satura los espacios semióticos de nuestras ciudades y pueblos, de sitios urbanos y rurales. Allí, en el ‘interior profundo’ de nuestras latitudes, en los puntos extremos de las periferias existenciales, donde las comunidades tejen sus vidas sin acceso a los derechos básicos mundialmente reconocidos como “humanos”, desembarcan las empresas con su maquinaria de conquista persuasiva. Disponiendo de todos los medios, agitan la “bandera del progreso” y se encaraman a toda obra pública en ejecución, desde escuelas hasta templos, pasando por huertas comunitarias, hospitales y caminos: allí dejan el logo que las identifica como “empresas con responsabilidad social”.

Mientras, en las urbes –contracaras de las ruralidades- la publicidad apunta a estimar el desembarco transnacional como “inversiones extranjeras directas” que proveerá de las divisas indispensables para el ansiado despliegue primermundista. Al mismo tiempo, divulga toda clase de infundios sobre las comunidades y organizaciones que defienden sus territorios: son quienes se ‘oponen al progreso’, o ‘terroristas’, además de ignorantes e insignificantes, o ‘no existentes’, cuando adjetivan de ‘inhóspitas’ las ‘zonas de sacrificio’ que hacen parte de los enclaves extractivistas.

En ambas lógicas discursivas, tanto en las ciudades como en las comunidades campesinas, el consumo se convierte en el sentido común que afirma el rumbo correcto del camino hacia el progreso. El vértigo del progreso genera confusión y aturdimiento, perforando la sensibilidad colectiva y provocando el clamor que vale la pena reiterar: Nos rompen por dentro, rompen el tejido social, enfrentan comunidades, familias, lastiman las relaciones e hieren profundamente a la dinámica comunitaria.

A la luz de la Fe en Jesús de Nazareth, sostenemos que la pandemia del Covid ha desnudado las injusticias estructurales provocadas por este sistema de muerte. Tanto en la elevada mortandad ocurrida entre estas poblaciones empobrecidas de nuestras periferias y en la notable falta de acceso a las vacunas, como en la propia etiología de la enfermedad, efectivamente originada en la depredación extractivista que extermina los hábitats naturales de tantas especies, mudando y mutando de manera incontrolable toda clase de virus y microorganismos letales para la humanidad.

A la luz de la Fe que nos anima, y a la luz de incontrastables informes científicos[7], concluimos la insostenibilidad de este sistema que mantiene, con enfermedad y muerte, la obscenidad suicida de la acumulación capitalista, colonial y patriarcal. Con San Romero de América, junto a nuestros hermanas y hermanas de Fe y de cara al extractivismo, nos pronunciamos: “les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!” Porque:

Nos duele la muerte de tantos seres humanos y también de nuestra Madre Naturaleza.  Como se mata la vida de los seres humanos, de las plantas, de los ríos y nos duele tanto.  Los proyectos mineros, nos han despojado de nuestra tierra, de nuestros cerros y montañas, de nuestros ríos.

El extractivismo fomenta el conflicto armado en Colombia, y en otros países de la región agudiza la violencia, la corrupción y la migración forzada.

Y sin embargo, éste es un Grito de Esperanza

En el escenario difuso y complejo, de horror y de martirio, que configura la realidad de vida de los pueblos, reconocemos la Presencia inefable del Espíritu de Dios arraigada en la visión y en el sentir, en la acción y en las prácticas de defensa de la vida que El Pueblo realiza, “esperando contra toda esperanza.”

Contemplando esta Presencia Sagrada, con temblor y gozo pascual, proclamamos: “Te bendecimos, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado los misterios del Reino a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, tal ha sido tu beneplácito.” [8]

Confesamos que esta Presencia sostiene la lucha de nuestros pueblos. Es la Fuerza, Fuerza de Fe, que permite a las víctimas retejer la vida con disponibilidad incondicional al martirio. Ella alimenta la espiritualidad de quienes sienten, como Yolanda Flores, de Perú, o como Berta Cáceres –que desde Honduras- adquirió ciudadanía latinoamericana:

El río, el lago, son seres con los que convivimos, en ellos habitan los espíritus que nos sanan y nos protegen. En él habita la vida que se asfixia por tanta explotación y maltrato.

¡Despertemos, despertemos humanidad, ya no hay tiempo! Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de estar solo contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal.

En los tiempos cruciales que nos toca vivir. Cuando el antropoceno –o más bien el capitaloceno- ha venido a quedarse y nos urge a una toma de decisión valiente y profética. Quienes acompañamos dicha diversidad de manifestaciones –verdaderas Epifanías- de Lo Divino, damos gracias por el insondable Misterio de la Encarnación y Misterio de la Resurrección.

Gracias a estos Misterios, reconocemos a la Iglesia = Comunidad de Jesús que camina en la base: una innumerable cantidad de personas laicas y consagradas, de nuestra confesión católica y de iglesias hermanas, en los más diversos ministerios, sembrando Evangelio, propiciando Vida en Abundancia, renaciendo al dolor, reconociendo nuestras propias “sombras”[9] del pasado y del presente.

A propósito de dichas sombras, resuenan en nuestras conciencias las palabras de Francia Márquez, mujer afrodescendiente de Colombia que nos decía: Mi pueblo fue traído en condición de esclavitud para trabajar la minería promovida por la colonización y el extractivismo, y hay que decirlo, la iglesia fue parte de esa política de muerte que nos ha dañado. Por eso celebro con alegría que ahora la iglesia esté en esta tarea de cuidar la casa grande. Eso para nosotros es un acto de reparación histórica, frente a los hechos de violencia estructural y sistemática.

Con Maribel Montalvo, de Méjico, asumimos el compromiso de seguir trabajando en una descolonización con las comunidades indígenas, campesinas, afros que comparten su cosmovisión; cosmovisión arraigada en el sentir relaciones estrechas entre los seres humanos y con la Madre Tierra, dónde los otros seres vivos son gentes, no son objetos. Para revertir dentro de nuestras Iglesias una colonización que no se concluyó, sigue de manera camuflada, presente en muchos aspectos.

Con las CEBs de la diócesis de Catamarca, Argentina, rezamos para que la Asamblea Eclesial nos ayude a ser la Iglesia que queremos: Que lave sus pecados de colonialismo y patriarcado, que reconozca y corrija las malversaciones a la Palabra de Dios en las que ha caído a lo largo de la historia en nuestro continente. Que se convierta. Se haga sinodal. Se deje impregnar por el Evangelio de Jesús. Se manifieste sensible al clamor de la Madre Tierra y de los Pueblos oprimidos. Que sea profética y samaritana. Más misericordiosa que cumplidora de leyes. Que sea coherente: que viva los principios expresados en los documentos que escribe. Que dependa más de la Providencia que de las finanzas. Que renuncie a la soberbia de cargos clericales y a las pompas rituales. Que se haga pobre al servicio de las comunidades empobrecidas.”

Con Bruna Monalisa, sobreviviente del crimen de Brumadhino, Minas Gerais, Brasil, manifestamos:

Yo era una madre, y cuando el lodo llegó, mi niño que estaba aquí agarrado de mi mano, de solo 4 años, fue enterrado.

Nosotras las mujeres clamamos por justicia, no vamos a olvidar nunca: la minería mata. Al ejemplo de María, las mujeres son un símbolo de cuidado, sabiduría y coraje, delante de todo lo que observamos, vivimos y soñamos, es predominante el protagonismo femenino.

Nuestro grito es por la Madre tierra, esa realidad de crímenes ambientales y de homicidios colectivos nos hace recordar el evangelio según San Mateo en el capítulo 1, versículo 18: – Oíste un grito, llanto y gran lamento deja aquel que llora a sus hijos y no quiere ser consolado porque ellos no existen más.

Esta es nuestra opción y nuestro compromiso. Con los empobrecidos y empobrecidas del Continente que sufren y sueñan, saludamos a la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe con fraterna y sorora amorosidad.

Noviembre de 2021, Año del Señor.

[1] Participantes procedentes de Guatemala, Honduras, Panamá, Chile, Argentina, Ecuador, México, Perú y Brasil.

[2] También fueron sistematizados los aportes registrados en el evento “Voces en defensa de la Casa Común en Colombia”, realizado con fecha 13 de agosto 2021, organizado por el Nodo Colombia de la Red Iglesias y Minería, donde participaron 61 personas.

[3] DP 31-39

[4] DP 30

[5] Título del libro de investigación escrito por Eduardo Galeano –escritor uruguayo- en 1971

[6] Aludimos específicamente al apartado V del Capítulo 1° de Laudato Si’, números 48 al 52.

[7] Aludimos principalmente a los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)

[8] Adopción y adaptación de Lc. 10, 21.

[9] Aludimos a las sombras de la evangelización analizadas por Puebla: (DP 6 y 10)

Documento para bajar y compartir: Grito de ESPERANZA en la Asamblea Eclesial

Documento en Portugués: GRITO DE ESPERANÇA

Documento en idioma Inglés: A cry of hope